La escritura de Clarice Lispector nos guía a través de un viaje interior y una cantidad de asociaciones que son inusuales en muchos escritores de su tiempo pero muy frecuentes en nuestra autora, como si ella hubiera sido capaz de escuchar y luego -y también a la vez- su mano hubiese sido capaz de transcribir como una especie de dictado subconsciente: una tal transmisión de percepciones y vivencias profundas, angustias y contradicciones, repentinos estallidos de felicidad o ironía no faltos de humor que facilitan, sin ella haberlo sabido tal vez, una peculiar comunicación con el/la lector/a.
Acaso Lispector fue capaz de poner en palabras nuestra más honda humanidad, a veces plena o feliz, en ocasiones mísera, decadente. Y casi siempre solitaria. Y de pronto entonces nos parece estar dialogando como si fuera con una intensa amiga, una hermana de la vida y por qué no una paciente que sufre pero además se regocija o repentinamente se burla del dolor; y también sucede (casi en un juego de espejos) como si uno hablara consigo mientras construye un escrito, una especie de ensayo difícil de clasificar o tal vez uno diría: escrito literario-científico sobre la vida y la obra de Clarice Lispector.