Este título constituye una declaración de principios, un punto de partida afirmativo en cuanto al cuerpo como reservorio, casa-cuerpo donde ocurre el proceso creativo. Y la afirmación se apoya tanto en cuestiones del cotidiano vivir como también en muchas y variadas investigaciones científicas. Aunque hoy no produce demasiado asombro hablar de hemisferios cerebrales (uno de ellos, el derecho, más especializado en el funcionamiento propio de las respuestas creativas), no siempre ha sido así. A modo de resumen se puede plantear que el hemisferio izquierdo se especializa en el lenguaje articulado, control motor del aparato fono articulador, manejo de información lógica, pensamiento proporcional, procesamiento de información en series de uno en uno, manejo de información matemática, la memoria verbal, los aspectos lógicos gramaticales del lenguaje, la organización de la sintaxis, discriminación fonética, atención focalizada, el control del tiempo, la planificación, ejecución y toma de decisiones, y la memoria a largo plazo. Gobierna principalmente la parte derecha del cuerpo. Procesa la información usando el análisis, que es el método de resolver un problema descomponiéndolo en piezas y analizando estas una por una. El hemisferio derecho gobierna tantas funciones especializadas como el izquierdo pero su forma de elaborar y procesar la información es distinta. No utiliza los mecanismos convencionales para el análisis de los pensamientos que utiliza el hemisferio izquierdo. Es un hemisferio integrador, centro de las facultades viso-espaciales no verbales, especializado en sensaciones, sentimientos, prosodia y habilidades como las visuales y sonoras (no del lenguaje): las artísticas y musicales. Concibe las situaciones y las estrategias del pensamiento de una forma total. Integra varios tipos de información (sonidos, imágenes, olores, sensaciones) y los transmite como un todo. El hemisferio derecho está considerado como el receptor e identificador de la orientación espacial, el responsable de nuestra percepción del mundo en términos de color, forma y lugar. Utilizando sus facultades somos capaces de situarnos y orientarnos. Si vamos caminando por la calle y reconocemos un rostro, la identificación de dicho rostro también corre a cargo de la memoria visual del hemisferio derecho; el nombre que corresponde a la persona que posee dicho rostro conocido lo proporciona, en cambio, el hemisferio izquierdo. Muchas de las actividades atribuidas al inconsciente son propias del hemisferio derecho que procesa la información mayoritariamente usando el método de síntesis, componiendo o construyendo la información a partir de sus elementos, a un conjunto. Controla, además, el lado izquierdo del cuerpo humano.

Ahora bien, los avances científico-técnicos se encuentran en íntima relación con los cambios socioculturales. En un racconto que podemos iniciar alrededor de la Primera Guerra Mundial-con su requerimiento de seleccionar y reclutar grandes cantidades de personas para el frente de batalla tanto como para la conducción de los grupos, por ejemplo-, para focalizarnos en un acontecimiento histórico clave y relacionado con la investigación en inteligencia, se verifica cómo en los albores del siglo XX se la planteaba como un cociente intelectual (CI) único vinculado principalmente a las tareas que permite realizar el hemisferio izquierdo. Así se desarrollaron los primeros tests para medir “la” inteligencia, que fue durante algunas décadas una medida que definía y categorizaba a las personas según este criterio (no hay que olvidar tampoco la mayoría masculina en este terreno, como en tantos otros). Aquí se puede agregar además el tema del “talento”, que se describía como una destreza innata para hacer algo muy bien. Y se puede incorporar el concepto de genio, que según algunos autores era una persona intelectualmente brillante y creativa al mismo tiempo. Aclaremos que aún hoy, desde una perspectiva psicométrica, el talentoso posee un CI 130-139 (2% de la población) y el genio uno de 140 o más (0,4% de la población).

A medida que se avanzó en la investigación con niños, adolescentes y adultos mayores, los resultados fueron orientando la teoría hacia “otras” "inteligencias" (y no sólo "la” “inteligencia" en un sentido académico). En la actualidad y desde hace algunas décadas, gracias al investigador Howard Gardner (1) y sus discípulos, se plantea este paradigma de “las” inteligencias: lógico-matemática, lingüística, interpersonal, intrapersonal, kinestésico-corporal, espacial, musical entre otras. (2)

Aunque durante siglos se privilegiara la creación de obras literarias, pictóricas, musicales y otras como una propiedad del “sexo” masculino (aún no había surgido la consideración de los “géneros”), en la actualidad, más allá de esas circunstancias e incluso del intento de acallar la voz femenina, nadie puede rechazar-creo-la afirmación de que es el cuerpo la casa donde sucede la creatividad para todos los humanos.

En este punto llega la necesidad de caracterizar brevemente algunos rasgos distintivos del complejo proceso creativo, ya que tanto implica características heredadas y adquiridas como también experiencias vitales significativas para un individuo, y rasgos de personalidad; complejidad que explica cómo ante algunas situaciones ciertas personas pueden escribir poesía, otras un Réquiem, y aún otras son capaces de crear una pintura o escultura mientras otras se entregan a la enfermedad, o a la adicción, o bien elaboran un exquisito plato en la cocina, y así siguiendo…

En mi caso, como poeta, narradora y psicóloga, inicié este trabajo con algunas inquietudes asociadas a mis labores y oficios. Preguntas tales como “¿usted cree que su prosa y su poética, que reiteran el tema de la locura y la muerte de tan diversas formas, están conectadas con su experiencia en el campo de la psicología?” o bien “¿su obra contiene elementos autobiográficos?” (indagaciones que tantas veces se le hacen a un escritor refiriéndose al modo en que su yo, o sea su identidad, queda plasmado en su obra), fueron las que me motivaron a elaborar este artículo preliminar sobre el proceso de crear en la vida cotidiana y en particular en literatura por mi cercanía con ella. Así, no puedo menos que presentar algunos problemas referidos al desarrollo creativo y no tanto pensando en los asuntos, a veces llamados obsesiones, de algún autor en particular.

Mi lista de interrogantes es larga y ojalá pudiera responderlos a todos; pero si al menos alcanzo a contestar una parte, será que las preguntas (o alguna de ellas) me permitieron plantear el problema para la búsqueda de alguna solución aunque sea provisoria. Entonces, ¿es la creación literaria un mero acto de voluntad, el esfuerzo consciente por inventar un texto que plantea un tema de preocupación para el escritor aunque él sea invisible en esa escritura aún para sus seres cercanos?, ¿o se trata más bien de un derramarse del inconsciente traducido por nuestro yo razonador durante la vigilia?, ¿o es tal vez la búsqueda, o quizá el encuentro con un estado fortuito de duermevela y aislamiento del mundo cotidiano, donde el creador se deja llevar por dicho estado desarrollando alguna temática que viene a su mente en forma tal que parece que alguien le dictara?, ¿acaso es el resultado de una profunda introspección que luego se vuelca al papel con un lenguaje y una estructura que el escritor entiende, razona y siente como la mejor manera que encuentra de comunicación: la literaria? En esta circunstancia viene oportunamente en mi ayuda una entrevista donde le preguntan a Borges sobre el tema y él dice que antes se hablaba de musas (en la época de Homero) y que a partir de Poe, se habló de un acto intelectual. Y agrega que él piensa-Borges-en una tercera opción que las incluye y es “generar un mundo extraño, nuevo, y hacerlo sentir o al menos tratar de comunicarlo”.

Conque se responda afirmativamente al menos una pequeña parte de alguna de esas preguntas antes formuladas, se estará aceptando la inclusión del yo-como identidad-del escritor dentro de su obra, es decir en la construcción de la obra; cuestión que si bien parece de sentido común, ha sido bastante discutida. En todo caso se acepta con más facilidad en la poesía. Y en la narrativa ¿será muy diferente? Aún en el caso de quien trata de hacerse invisible en sus novelas, por poner un ejemplo, de modo que nadie pueda siquiera imaginar que algo de lo que está escrito tenga que ver con su vida, es un Yo (el suyo) quien se ocupa de esa estrategia consciente de “escondimiento”, si se me permite el neologismo. Por otra parte, es física y psicológicamente ineludible la inclusión del yo, si es que se acepta el punto de vista del cognitivismo cuyo principio básico, apoyado en un sinfín de estudios e investigaciones que no vienen al caso desarrollar, plantea que la realidad es “una” realidad: construcción social/ individual que no excluye la incidencia de vivencias y aprendizajes infantiles. Y la obra literaria es un objeto, una “otra” realidad también construida tanto como lo es una escultura o la partitura de una obra musical, una torta de cumpleaños o un vestido de novia.

Para seguir ahondando en el tema, si uno se desdobla conscientemente y mira al proceso de la escritura como objeto de conocimiento-con las complejas implicancias de ser sujeto y objeto de conocimiento a la vez-, es posible reconocer en la creación literaria momentos durante los cuales fluye la escritura como un río ligero, pero también otros que se podrían llamar vacíos, o en apariencia vacíos, ya que los temas suelen estar rondándonos mientras las palabras para decirlos-ponerlos por escrito-no llegan y apenas permanecemos íntima e internamente balbuceantes. Lo que allí se nos presenta, o al menos así ocurre y es reconocido en un buen número de casos, es una especie de angustia provocada por la percepción del límite de un lenguaje que constantemente se escabulle y se hace insuficiente, dejándonos a expensas de “una razón” que podríamos llamar “temática” y que tal vez pueda presentarse en forma diferenciada en el caso de la poesía y de la prosa. Es decir que desde el punto de vista psicológico-cognitivo se podría encarar, al menos a título provisorio, aquello tan discutido sobre la diferenciación entre prosa y poesía, que estarían ligadas a diferentes predominancias de hemisferios cerebrales. En el caso de la poesía, un intenso trabajo introspectivo, consciente o no, conectaría al individuo con emociones y sensaciones que exigirían una traducción para ser comunicadas y que se realizaría por la vía de las imágenes y metáforas expresadas en palabras. En el caso de la prosa, en cambio, es (o parece ser) la preocupación consciente por uno o varios temas, la que guía la búsqueda de una historia que permita plantearlo de una manera comprensible y centrada en el desarrollo de dicha historia como representativa del tema central. Sin embargo llega la pregunta ¿esa preocupación es sólo consciente? En cualquier caso, una vez más, ¿no va en ella nuestro Yo de cualquier manera?

Más allá de la forma que asuma en los diferentes géneros literarios (hoy también en proceso de cambio y cruzamiento), y en las distintas manifestaciones creativas, además de la perspectiva cognitivista (asumo esta inclinación “ecléctica”), se puede tratar de entender y englobar a todos los interrogantes formulados en uno mayor: ¿existirá un Psiquismo creador autónomo, con leyes propias? Y si existe, ¿por qué entonces no se manifiesta de manera permanente; es decir, cómo funciona, qué puede obstaculizarlo? Y a la vez, la tan citada Inteligencia emocional asociada a las respuestas creativas en los más diversos ámbitos ¿se puede aprender y por ende promover?

Es dable proponer que a partir del reconocimiento inicial de una temática preocupante o de una vivencia que no encuentran expresión directa, empezaría a funcionar, de modo bastante desordenado por no decir caótico (que después de todo es su modo en sí), lo que se suele llamar pensamiento divergente. En esa ebullición se produciría el encuentro con cuestiones relacionadas con el tema y/o la vivencia, que estaban flotantes desde no se sabe cuánto tiempo, ligadas a las experiencias de vida y al desarrollo. Y, para complejizar aún más las cosas, también se desencadenaría el hallazgo de contenidos vividos como “completamente novedosos”. Uno se encontraría con “lo nuevo” en este proceso. Sería el ejemplo de la técnica del brain-storming o tormenta de ideas.

Al momento de intentar probables respuestas a las iniciales preguntas, como puede verificarse, uno empieza a reconocer que cada una de ellas implica extensos planteos, al modo de una ramificación arbórea, todos apasionantes y también discutibles; y ésto, es decir, la misma escritura de este trabajo, se convierte en un ejemplo de la progresión procesual que se pretende comprender y comunicar. Si se retoma el planteo en relación a la escritura, con el tema en mente (y como producto de diversas experiencias personales, interpersonales, literarias y no), comienza una etapa de revisión de artículos, búsqueda de información, indagación en el pasado antiguo e inmediato, hallazgo de recuerdos de situaciones que se vivencian como nuevas aunque allí estaban; y todo va desplegando más y más ideas divergentes, algunas a partir de la lectura, otras casi automáticas. Por ejemplo: que la escritura creativa se genera gracias a algún gen que traemos desde el nacimiento, o bien que sus orígenes se encuentran enraizados en las experiencias infantiles y el estímulo de los primeros aprendizajes; pero también a la influencia de diversas situaciones traumáticas vividas por las personas que desarrollan un afán reparatorio. Sin dejar de lado la cuestión que problematiza si la creación se limita al arte y/o a la ciencia, o si además se puede plasmar en la vida cotidiana, y varios otros etcéteras.

Para seguir avanzando se hace necesario ir haciendo síntesis provisorias; arriesgo ahora una hipótesis que puede parecer facilista, o al menos de sentido común: crear, en literatura en principio, es un proceso con mecanismos propios cuya puesta en marcha inicial-lo que implicaría una percepción y traducción al lenguaje escrito y sólo eso-sería diferente en poesía y en prosa; dichos mecanismos a su vez han de tomar una forma peculiar en las distintas personas de acuerdo a cómo ellas construyen la realidad. Y no hay que olvidar, claro, que buena parte de esa percepción escapa a la conciencia más inmediata. Tampoco hay que desconocer, por otro lado, que ni siquiera las investigaciones más avanzadas provenientes del cognitivismo han podido concluir la medida en que intervienen los factores hereditarios y los adquiridos. Tampoco es posible dejar de lado que “la memoria exige olvido”, al decir del Dr. Iván Izquierdo, especialista en neurociencias; para incorporar información nueva o encontrar respuestas/creaciones novedosas, hay que recuperar primero y luego olvidar cosas viejas. De manera que este artículo aborda el proceso creativo como un todo dinámico donde intervienen múltiples variables; transcurso que en sí mismo conlleva un misterio develado sólo parcialmente, en tanto su herramienta de expresión, en este caso la palabra, implica sujeto y objeto en el mismo acto de crear. (En tiempos en que dirigía una investigación sobre un Inventario psicológico para evaluar Estrategias de aprendizaje y Técnicas de estudio, la gran discusión era, y ya se hizo una referencia previa, la parcialidad o imparcialidad del sujeto que era a la vez objeto de estudio; después de más de treinta años, todavía hoy se discute este tema en las ciencias sociales y también en las ciencias fácticas: no es mi pretensión resolverlo en este breve escrito reflexivo…).

A continuación, para seguir integrando parte de los conceptos divergentes ya planteados, se resume el punto de vista cognitivo y luego el psicoanalítico, que a mi modo de ver no se excluyen. También de manera breve se incluye la visión filosófica del proyecto vital.

El cognitivismo define la creatividad como una operación del pensamiento, de tipo divergente: esto es, la posibilidad de llegar a la solución de una situación sin necesidad de un consenso sino a través de la generación de muchas ideas (fluidez), junto a la capacidad de cambiar de una perspectiva a otra (flexibilidad) y además la originalidad que consiste en la asociación de esas ideas de modo singular. Y aún a riesgo de simplificar este proceso, se pueden distinguir algunas “fases” del mismo, que no necesariamente son sucesivas de manera lineal: exploraciones, síntesis transformadoras, culminación y separación. [Pensamiento divergente, selección y reestructuración de informaciones, producción final de la obra y duelo, serían los conceptos equivalentes.]

Otra propuesta teórica plantea la diferenciación entre un psiquismo primario, uno secundario, y uno creador-el Psiquismo Creativo-. Dicho planteo, tan temporario como lúcido, lo hizo el médico psicoanalista Héctor Fiorini, quien agrega una perspectiva interesantísima a mi modo de ver. Fiorini se vale de objetos culturales como la novela, el cine, la pintura o la poesía como ejemplos de una capacidad humana general: “la capacidad de crear” en distintos ámbitos como el trabajo, los vínculos, las situaciones de la vida cotidiana. Él también hace varias comparaciones con el funcionamiento del psiquismo en la Clínica y plantea que existe un sistema creador en el psiquismo capaz de trabajar en el terreno del encierro narcisista y en el de las neurosis repetitivas para movilizar arcaísmos y generar nuevas tramas de sentido. Retoma los procesos primarios de pensamiento (los de los sueños) y los secundarios (lógicos, racionales), y expone los procesos terciarios propios de la creación. Alude también al tema de la consulta como un pedido de los pacientes para que los psicoterapeutas podamos contribuir a generar algo distinto a partir de lo que a ellos les ocurre y que los hace padecer.

Resulta de gran utilidad ahora recordar un mecanismo que es clave y ya lo había planteado Sigmund Freud nada menos que en 1905 en “Tres ensayos sobre la vida sexual”. Me refiero al mecanismo de sublimación. En el terreno de la química esta palabra se usa para designar un proceso de combinación de elementos que en determinadas condiciones cambian de estado (como puede ser el pasaje de un estado sólido a un estado de vapor sin derretirse). Freud, que sabemos vino del campo de la medicina y la neurología, se refería a la sublimación como una energía de origen sexual dirigida a objetos desexualizados y socialmente valorados. Sería el caso de transformación de una pesadilla reiterativa, por ejemplo, en una pintura sobre tela o una escultura o un escrito que sale del ámbito privado para transformarse en un espacio de realización y valoración públicas. Con un lenguaje menos técnico se puede afirmar que: es cierto nivel de insatisfacción presente o flotante lo que nos mueve a querer cambiar un estado de cosas, y que-con el agregado de nuestra imaginación-constituye la base de la creación en el sentido más amplio del término.

Vuelvo a la postulación de Fiorini y coincido con él respecto de: que la religación de elementos conocidos y contradictorios u opositores en una nueva arquitectura es propia de un funcionamiento psíquico-mental-distinto al de la vigilia y también al nocturno soñar; que el razonamiento lógico, lineal, donde rigen los procesos secundarios separa en categorías excluyentes; que el proceso primario de pensamiento que rige en los sueños no integra sino que yuxtapone tiempos y espacios; en fin, que el proceso (Fiorini lo llama terciario) que rige las respuestas creativas tiene sus particularidades. Estos procesos de orden terciario, entonces, distinguen pero articulan espacios y tiempos, o inventan espacio puro, tiempo puro; desorganizan formas constituidas y las reorganizan en otras nuevas formas con nuevos sentidos, convocan elementos en sus diferencias u oposiciones generando redes de sentido abiertas a múltiples significaciones.

Es en el mundo de lo ya dado y establecido donde tienen su punto de partida los procesos creativos que buscan reestructurar y producir alternativas inéditas o desconocidas ante lo dado. Claro que para eso hace falta desorganizar de cierto modo las formas ya establecidas. Este lugar de transgresión y “caos” genera ansiedad, angustia y placer. El peligro es que a veces pueden no lograrse nuevas reorganizaciones, pero es necesario pasar por allí, instalarse en el vacío y hurgar en lo oculto, como ha dicho magistralmente Clarice Lispector en su libro “Un soplo de vida”: Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. En este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él saco sangre.

Por su parte, distintas corrientes filosóficas han privilegiado como el motor de la creatividad la importancia del proyecto de vida y así podemos pensar, incluso con Sartre, que “en todo padecimiento humano se encuentra oculta alguna empresa”; es decir que hay un proyecto que las personas se pueden forjar aún desde una patología o una situación límite como la guerra, aunque también pueda suceder en el interior de un estado percibido como saludable (pero de todos modos incómodo).


Algunas definiciones de "creatividad"

Parece contrario al proceso creativo intentar definir “la” “creatividad”. Ocurre que hay varias definiciones que intentan comprender el fenómeno en su esencia, y todas ellas aportan luz desde alguna perspectiva distinta pero complementaria. A saber: “Crear es convocar tensiones y contradicciones, y darles formas nuevas a esas tensiones y a esas contradicciones, de modo que esas formas puedan albergarlas y hacerlas fecundas.” “Redefinir, reestructurar, combinar de modos originales objetos, proyectos, ideas y experiencias.” “En los procesos creadores una forma encuentra su movimiento. Y a la inversa, un movimiento encuentra su forma.” “Fundar, hacer nacer una cosa, darle vida. Componer, producir una obra.” “Crear es la formación de algo nuevo a partir de una realidad preexistente, una tarea de transformación.” “Proceso de presentar ciertos problemas a la mente y originar una respuesta según líneas nuevas no convencionales.”

Un tiempo fuera del tiempo, un espacio fuera del espacio, la suspensión en el vacío, colocarse en estado de fuego y consumirse, ensanchar el psiquismo y vivir en libertad, ser en el afuera del lenguaje, crear el lugar y el tiempo donde todo se hace posible, convertirnos en lo que no somos, son las distintas maneras de nombrar este fenómeno humano tan peculiar. Sin embargo, aunque hasta acá parece un logro de pocos (tema en sí muy discutible) ya que los ejemplos son tomados del ámbito artístico, es posible visualizar y aplicar estos conceptos en la vida cotidiana. Dicho esto se puede ampliar la perspectiva general y plantear que la creatividad es una capacidad pero también una actitud ante la vida y una potencialidad de todos que puede estimularse en el contacto con los otros del medio circundante. Estudiando y observando la niñez temprana fue (y es) posible encontrar muchas conductas creativas y una amplitud de lenguajes (poético, musical, pictórico, motriz, numérico). Lo que no sabemos con certeza ¿o sí? es por qué al comienzo de la escolaridad la mayoría pierden-perdemos-muchas de esas maneras de comunicación.

A medida que avanzamos en esta exposición se va haciendo patente la necesidad de interacción entre procesos cognitivos, temas hereditarios y adquiridos, características de personalidad, aspectos inconscientes y variables ambientales que intervienen conjuntamente, sin olvidar el punto de vista de los humanistas que plantean la creatividad como búsqueda de autorrealización.

De acuerdo a una postura que reseñó hace dos décadas la Dra. Contini de González, la creatividad es una idea, acción o producto nuevo o valioso que produce un cambio en algún aspecto de nuestra cultura entendida en sentido amplio. Esta conceptualización tiene la virtud de incluir tanto comportamientos de la vida cotidiana hasta los que se plasman en obras como la de un Mahler o Juan Gris o Cortázar. El aporte innovador es que más allá de los mecanismos subyacentes a la creación, se enfoca en aquello que “enriquece la vida haciéndola más interesante” y es precisamente esta perspectiva la que resulta de mayor valor por sus implicancias para la salud de un sujeto. Además, como no es algo que suceda sólo dentro de él sino que implica una interacción y evaluación social, es este intercambio entre sujeto y contexto sociocultural el que facilita una visión más conjunta que individual: la posibilidad de “construir” creatividad.

Y es justamente esta posibilidad de “construcción” la que le hace decir a Robert Sternberg ya en 1997 que hay varias cosas que uno puede hacer para ir más allá de sí y generarse unas condiciones para crear (que no desdicen todo lo anterior pero sí le suman una actitud proactiva). Por ejemplo: no limitarnos así como así a que otros nos definan cómo hemos de pensar o actuar en arte, y estar dispuestos a redefinir los problemas; buscar lo que otros no ven e indagar también en las experiencias pasadas cuáles pueden ayudar en nuestro afán creativo; tratar de conectarnos con que nunca sabremos tanto y ni siquiera “casi” todo sobre un campo de expertise y es necesario aceptar esto para buscar y crear; perseverar en los obstáculos y asumir riesgos; buscar entornos que nos recompensen lo que nos gusta hacer.

Aunque el campo de la creatividad está lindante con la captación de procesos a veces conflictivos poco conscientes, y nos pide bastante tolerancia a la ambigüedad y a la ansiedad, el resultado del accionar creativo es sumamente placentero porque genera nuevos significados y retroalimenta nuestras habilidades para lograrlos.

No está de más reiterar que tenemos una cantidad de recursos a la mano en nuestra casa-cuerpo: el pensamiento lateral (hemisferios), la vista, el olfato, oído, gusto, tacto, movimiento, introspección, interacción... Es una decisión también y una actitud a asumir el hecho de aprovechar esas posibilidades. Claro está que también es tarea ardua la de desmitificar algunas cuestiones que nos inhiben: por ejemplo que los artistas son todos locos y/o genios, o bien que la creatividad-y por esto mismo-es propiedad de unos pocos y está alejada de la vida cotidiana. Cuando lo cierto es que la creatividad nos ayuda a vivir mejor cada día.


Emilce Strucchi
Poeta y narradora. Lic. en Psicología



Autores consultados:

Norma Contini de González, Héctor Fiorini, Sigmund Freud, Howard Gardner, David Goleman, Iván Izquierdo, Clarice Lispector, Robert Sternberg

(1) Howard Gardner, psicólogo cognitivista de la Universidad de Harvard. Sostiene que todos tenemos múltiples maneras de ser inteligentes. Define a la inteligencia como “un potencial psico-biólogico para procesar información, que puede ser activado en un entorno cultural, para resolver problemas reales o crear productos que son valorados en una cultura” (Gardner, 1999). Un potencial que puede despertarse y desarrollarse con experiencias estimulantes del entorno familiar, cultural y social, o bloquearse por medio de experiencias que paralizan su desarrollo.

(2) Inteligencia lingüística: es la capacidad para emplear palabras eficazmente, tanto en forma oral como escrita. Inteligencia lógico-matemática: es la habilidad para calcular, manejar las abstracciones y la lógica. Inteligencia espacial: permite pensar en 3 dimensiones y percibir imágenes internas y externas, recrearlas, transformarlas o modificarlas, recorrer el espacio o ubicar objetos, producir y decodificar información gráfica. Inteligencia kinestésico-corporal: permite al individuo manipular objetos con precisión, incorporar conocimientos o expresarse a través del movimiento corporal, el tacto y las habilidades físicas. Inteligencia musical: es la capacidad para percibir, distinguir, transformar e interpretar formas musicales y de ser sensible a las melodías, ritmo, armonía y tono. Inteligencia interpersonal: es la capacidad de comprender a los demás e interactuar eficazmente con ellos. Inteligencia intrapersonal: es la capacidad de percibirse a uno mismo y de utilizar dicho conocimiento para planificar y dirigir la propia vida. Inteligencia naturalista: es la habilidad para discriminar entre los distintos seres vivos, observar, identificar, categorizar e interactuar con el mundo natural. Inteligencia existencial o espiritual, y la describen como: la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, con respecto a tales rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte, y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas experiencias como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte.